Todavía
recuerdo a mi primer bici. Era azul y tenía cuatro ruedas. Mi abuela me enseñó
como montar en bici, cuando tenía 4 años, durante un verano, porque cuando era
peqeña pasaba los veranos en su casa. Mis abuelos viven en un pueblo pequeño y en
su calle casi no van coches por eso no fue peligroso enseñarme en la calle. Claro
que surgieron problemas, por ejemplo cuando tenía miedo, o simplemente no
quería estudiar. Pero gracias a mi abuela y a su perseverancia, aprendí montar
en bici.
En
los años siguientes podía aprovechar mis conocimientos, porque mi padre
trabajaba en turnos en el hospital, a veces por la noche también y cuando
pasaba esto, mi madre y yo le traíamos cena e ibamos en bici.
Con
el paso de los años, mi bicicleta ya tenía dos ruedas. Recuerdo a mi primer
camino con dos ruedas. Fue raro, pero luego se convirtió en normal. En los
veranos llevamos mi bici a casa de mis abuelos y así podía practicar allí
también.
Empecé
la escuela, y como crecí, necesitaba una bici más grande. Mi segundo vehículo
era rojo. Esto ya no cupo en el coche desafortunadamente, por eso solo en casa
tenía la oportunidad de montar en bici.
Crecí
más, y mis padres me regalaron mi tercera amiga, quien me acompaña en estos
días también. Cuando me la regalaron, leía un libro de un famoso autor húngaro
y en su historia había una chica que se llamaba Yvonne. Por eso empecé a llamar
mi bici como esta chica, Yvonne.
Yvonne
me acompañaba a la escuela todos los días, me llevaba a caminos largos y
cortos, tenemos muchos recuerdos bonitos juntas.
En
estos días también, durante la pandemia, cada día salgo a montar en bicicleta.
Como vivimos al lado del río Berettyó, aquí tengo la oportunidad de hacer
deporte y el paisaje es increíble. No puedo aburrirme en verlo.
Es decir, la bicicleta tiene un papel muy importante en mi vida. Me caí muchas veces, hacían tiempos malos con lluvia y niebla. Pero nunca dejaré de hacer este deporte, porque me desconecta y me hace feliz.
Queeee lindaaa
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